Siempre escuche decir que son necesarios, indispensables, que no llegaría nunca a ser feliz sin ellos, y en muchos casos, me han mirado con cara de león a la gacela y me han dicho: “si seguís, vas a conocer los de mi paciencia”… Señores, llegó el turno de "los límites".
¿Cómo hacen las personas para establecer estas delimitaciones de la conducta? Quiero decir, ¿porqué hasta acá puedo llegar, pero hasta allá no?
Mientras tanto, en el mismo libro donde dice que no es bueno tentar los límites, se habla muy bien de aquellos que pudieron “vencer todos sus límites a pesar de las situaciones”. Y es este en el momento en el que me perdí completamente…
Los límites son relativos, cada cual parece contar con su propio kit de límites, rasgándose las vestiduras si otro no los considera; pero en el fondo, no son más que un desafío, una propuesta de marketing. Nada más seductor, atractivo y excitante que el momento justo donde te dijeron por primera vez “¡ESTO NO!”. Ay Dios… ¡es como si le piden a uno que no piense en el color azul! (¿En que color estará pensando en este momento usted, querido lector?). Nadie puede acatar un límite sin experimentar el exceso, sin desobedecerlo, aunque sea una vez!! claro que hay algunos límites que solo se desobedecen una vez, "no toques el enchufe", "no saltes al barranco", "no cruces que viene el tren" en fin, hay un destino que hace aquí su propio juego, pero eso no nos libra de la desesperación congénita por pasarnos de la raya!
Es que en definitiva, algo de razón siempre hubo en la necesidad de establecer límites, aunque solo no sea porque no hay cosa más divertida que sobrepasarlos.