viernes, 12 de febrero de 2010

Pequeñas impunidades de la vida urbana

Vivir en una gran metrópoli es, a veces, condenarse al anonimato. Esto puede parecer existencialismo del barato, pero la verdad del anonimato está en las pequeñas impunidades, esos vicios morales que todos tenemos, sabiendo que por insignificantes no ameritarán reprimenda y cuya víctima, la mayoría de las veces, nunca volveremos a ver.

Para muestra sobra un botón, pero aquí algunas que pude recopilar en los últimos días:

ü El que se cola y no te mira. No entiendo bien, ¿si no me mira se supone que no me doy cuenta? ¡Mi perro hace eso cuando roba comida de la mesa! y les garantizo que él sí cree que si no hay contacto visual no hay crimen!

ü Cuando estornudas y nadie dice salud nunca. ¿Qué pasa con esto? Es solo un deseo de buena salud nada más, ¡No significa que te voy a pedir un riñón!

ü Te chocan en la calle, con el clásico hombrazo, y ponen cara de no pasa nada. Para ilustrar aquí, es la misma cara que ponen los jugadores de fútbol después de un faul, mirando al referí, con las manos en alto, diciendo “ni lo toqué”, mientras las cámara muestran la tibia del contrincante saliéndole de la pierna y atravesando la media.

ü El que te descalza el zapato desde atrás mientras caminás. Esta es inevitable, el mensaje es claro, “correte o te paso por arriba”, es lo que denominaríamos un “atropello peatonal”.

Claro está, que la víctima de estos sucesos, en algunos casos ya harta de abusos microscópicos, estalla en el peor de los arrebatos e inflige la condena más dura, que es el alarido y la avalancha de puteadas en público. En ese momento el planeta entero se da vuelta a mirar, como cuando hay un eclipse, y el criminal queda excluido de su anonimato, de su seguro y bello manto de impunidad, por algunos segundos.

¡Como transmitir en palabras el calor, la vergüenza de esta situación!

De todos modos el justiciero, al final de su ejecución, es inevitablemente calificado de desequilibrado, plasmado en la voz de quizás el único ser humano sensato del lugar, a quien oímos decir “¡Pero che! ¡No es para tanto! Ni que te hubiese pegado un tiro…”

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